Tomar la dignidad

Por Ekhi Lopetegui


Hallamos en todas partes la misma pena de vivir, el mismo dolor y la más absoluta ausencia de horizontes. En todas partes la misma oscuridad, la misma noche. Y ante todo, la certeza de estar ante una realidad que, con la más vejatoria de las indiferencias, tritura de forma persistente nuestras vidas. La realidad ha demostrado que su único sentido es perpetuarse en esta agresión a la que sobrevivimos cada día, y su único límite lo halla en la posibilidad de que sucumbamos a nuestras propias vidas.

Solo una experiencia privada, aislada y solitaria de esta fragilidad de vivir ha permitido que las cosas sigan su curso normal. Normalidad significa hacer la experiencia privada de nuestra desesperación. Normalidad significa  guardar silencio, y aguantar a solas el peso de la realidad. Normalidad significa perpetuar, mediante la más humillante de las complicidades, el actual estado de cosas.

La precariedad no es una categoría económica, es una categoría que habla de nuestra existencia. 'Precariedad' significa tener una vida que pende de un hilo. Se manifiesta de forma encarnizada en nuestras vidas: no es una imagen, ni una simple manera de explicar las cosas. La precariedad es lo que somos a cada instante y de forma inevitable, esto es, una vida rompiéndose, un querer vivir debilitado.

De la misma manera, el paro no es un dato, no es estadística. La única verdad del paro, es la de la imposibilidad de tener una vida. Sabemos que la realidad se organiza en relación a la dicotomía tener dinero/no tener dinero. Tener dinero significa estar 'dentro', poder tener una vida, que en cualquier caso será poco más que una vida precaria. El reverso de tener una vida es no tenerla.

Una persona en paro es una persona a la que se le ha denegado la posibilidad misma de tener una vida. Está muerto socialmente.

En medio de todo este desastre sobrevivimos de forma anónima y ayudados sobre todo por nuestros allegados: familia, pareja, amigos… Habiendo llegado a este punto, nuestra capacidad de aguante, de ayudarnos, de tendernos la mano unos a otros en las peores horas ha quedado demostrada con una grandeza que ningún representante del actual sistema político podrá jamás llegar a comprender. Esa es la verdad que nos pertenece, y es inexpropiable. Es el pequeño espacio de dignidad que hemos conquistado en nuestra particular lucha contra la vida. Ahora, además, la hemos politizado.

La toma de las plazas en las principales ciudades del país nos habla de todo esto. Pero nos habla también del momento en que hemos decidido por fin tomar partido y rechazar el actual estado de cosas. Hemos convertido en fuerza nuestro anonimato y en desafío nuestra desesperación. Hemos comprendido que la dignidad no es negociable, que no se pide: se toma. Hemos comprendido que lo que está en juego nos es otra cosa que nuestra vida. No podemos parar ahora porque ante una realidad que nos agrede de forma constante solo nos queda un enfrentamiento constante.

Que las condiciones de vida en las que estábamos forzados a vivir eran insoportables lo sabíamos todos. Ahora sabemos además que podemos contestarlas.


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