¡Que se vayan todos! Construyamos nuestro mundo

Por Santiago López Petit


La frase “Esto es lo que hay” era la consigna capitalista que desde hace años marcaba sobre nuestros cuerpos el triunfo del neoliberalismo. En los hospitales, en las escuelas, en las fábricas… ante cualquier reivindicación la respuesta siempre era la misma: “Esto es lo que hay”. Es decir, callar, obedecer, bajar la cabeza… porque lo que viene seguro que es peor. La sensación de impotencia generalizada se nos iba metiendo dentro como un gusano que nos comía hasta las mismas ganas de vivir. ¿Para qué luchar? ¿Contra qué? ¿Qué hago yo solo?
Mientras poco a poco crecía el malestar. La indignación y la rabia por ver día a día como nuestras vidas eran trituradas, convertidas en un kleenex de usar y tirar.  Mientras el mundo árabe se encendía. Y de pronto lo que parecía imposible ha sucedido. Mi malestar es también el tuyo, y el tuyo… la politización del malestar fuera de los códigos tradicionales ha permitido atravesar el impasse en el que estábamos metidos. La maravillosa frase “Democracia real ya” ha sido un buen iniciador de la rebelión. Es solo un grito, y un grito no hay que explicarlo. Un grito de asco contra este mundo, y a la vez, un grito lleno de vida que tapa la boca a todos los políticos, que interrumpe su monólogo, que les hunde como farsantes.
Al tomar las plazas en un delirio colectivo que rompía el sentido común – el sentido común como el Pepito Grillo de la conciencia  seguía diciéndonos ¿para qué? – es la calle quien habla. Nosotros. Entonces vemos que no nos hacen falta banderas para identificarnos. Somos sencillamente los que decimos Basta ya. Queremos vivir. Y sabemos que el querer vivir no es mío sino que lo comparto en la sonrisa cómplice del que tropieza conmigo en una plaza a rebosar, en la alegría de estar juntas. ¿Qué es la Puerta del Sol? ¿Qué es la Plaza Catalunya? ¿Qué son tantas y tantas plazas abiertas? Un espacio del anonimato, un agujero negro. La autoorganización de la fuerza colectiva. La invención concreta y práctica de otro mundo. De otro modo de vivir, de pensar, y de amar. Esto es lo que da más miedo al poder ya que no puede controlarlo. Esa fuerza de resistencia y creativa que se expresa en las numerosas frases inventadas, en los corrillos de discusión,  en asambleas multitudinarias, en las cocinas, en cada rincón. Aunque introduzcan policías para detenernos cuando les convenga. O periodistas para preguntarnos ¿qué queréis? ¿quiénes son vuestros portavoces? O expertos y tertulianos, pensadores baratos de estar por casa, pagados para desactivar cualquier fuerza colectiva que pueda nacer. No. Nunca sabrán quienes somos. Por eso tiemblan. Ellos. Ellos, los mismos que nos han declarados ilegales a quienes hemos tomado las plazas. No van a saber quienes somos pero tampoco van a saber qué queremosNosotros no tenemos que dar alternativas. Y esto no es prueba de debilidad sino de verdadera fuerza. Las alternativas son siempre  trampas porque se dan dentro de lo que hay, y en cambio, nosotros rechazamos lo que hay. Lo que queremos es lo que ya hacemos. Lo que queremos es que el mundo que ya hemos abierto en cada plaza se propague como un viento de libertad. En las plazas tomadas las palabras vuelven a tener su auténtico significado: dignidad, rebelión, nosotros… y entonces el Estado de los Partidos se nos muestra como una cáscara vacía completamente deslegitimada.
Muchos nos preguntamos ahora cómo seguir. En realidad es fácil porque con la plaza tomada todo se hace muy simple. Tenemos que proseguir este vaciamiento de las instituciones que organizan la sumisión y explotación de nuestras vidas. Tenemos que defender nuestras consignas  “Nadie nos representa”, “No somos mercancías”… hasta el final porque en ello nos va la vida que hemos conquistado estos días. Dejemos que este poder destituyente que hay en nosotros actúe como la lluvia incesante que empapa la tierra. Pero seamos astutos. Sabemos que la lucha será larga y que encerrarnos en una burbuja significaría el fin del movimiento. Construyamos una estrategia de objetivos a partir de todos los debates habidos que nos permita articular mejor el grito de rabia que somos, que nos permita sostener la palabra que ya hemos tomado. No olvidemos, sin embargo, que una estrategia de objetivos no se negocia sino que se impone por la fuerza de su radical simplicidad y mediante la acción directa. Para ello las plazas tienen que desbordarse y hacerse contrapoder. Se acostumbra a decir que se hace camino al andar. No es verdad. El camino se hace huyendo del camino. Recordemos siempre que lo que nos define es la oscura potencia de la vida y lo que nos une es la fuerza del anonimato. 

Tomar la dignidad

Por Ekhi Lopetegui


Hallamos en todas partes la misma pena de vivir, el mismo dolor y la más absoluta ausencia de horizontes. En todas partes la misma oscuridad, la misma noche. Y ante todo, la certeza de estar ante una realidad que, con la más vejatoria de las indiferencias, tritura de forma persistente nuestras vidas. La realidad ha demostrado que su único sentido es perpetuarse en esta agresión a la que sobrevivimos cada día, y su único límite lo halla en la posibilidad de que sucumbamos a nuestras propias vidas.

Solo una experiencia privada, aislada y solitaria de esta fragilidad de vivir ha permitido que las cosas sigan su curso normal. Normalidad significa hacer la experiencia privada de nuestra desesperación. Normalidad significa  guardar silencio, y aguantar a solas el peso de la realidad. Normalidad significa perpetuar, mediante la más humillante de las complicidades, el actual estado de cosas.

La precariedad no es una categoría económica, es una categoría que habla de nuestra existencia. 'Precariedad' significa tener una vida que pende de un hilo. Se manifiesta de forma encarnizada en nuestras vidas: no es una imagen, ni una simple manera de explicar las cosas. La precariedad es lo que somos a cada instante y de forma inevitable, esto es, una vida rompiéndose, un querer vivir debilitado.

De la misma manera, el paro no es un dato, no es estadística. La única verdad del paro, es la de la imposibilidad de tener una vida. Sabemos que la realidad se organiza en relación a la dicotomía tener dinero/no tener dinero. Tener dinero significa estar 'dentro', poder tener una vida, que en cualquier caso será poco más que una vida precaria. El reverso de tener una vida es no tenerla.

Una persona en paro es una persona a la que se le ha denegado la posibilidad misma de tener una vida. Está muerto socialmente.

En medio de todo este desastre sobrevivimos de forma anónima y ayudados sobre todo por nuestros allegados: familia, pareja, amigos… Habiendo llegado a este punto, nuestra capacidad de aguante, de ayudarnos, de tendernos la mano unos a otros en las peores horas ha quedado demostrada con una grandeza que ningún representante del actual sistema político podrá jamás llegar a comprender. Esa es la verdad que nos pertenece, y es inexpropiable. Es el pequeño espacio de dignidad que hemos conquistado en nuestra particular lucha contra la vida. Ahora, además, la hemos politizado.

La toma de las plazas en las principales ciudades del país nos habla de todo esto. Pero nos habla también del momento en que hemos decidido por fin tomar partido y rechazar el actual estado de cosas. Hemos convertido en fuerza nuestro anonimato y en desafío nuestra desesperación. Hemos comprendido que la dignidad no es negociable, que no se pide: se toma. Hemos comprendido que lo que está en juego nos es otra cosa que nuestra vida. No podemos parar ahora porque ante una realidad que nos agrede de forma constante solo nos queda un enfrentamiento constante.

Que las condiciones de vida en las que estábamos forzados a vivir eran insoportables lo sabíamos todos. Ahora sabemos además que podemos contestarlas.


Emplazados: cuando la indignación toma las plazas se revela, al fin, lo digno

Por David Gràcia


Nos preguntan que por qué estamos aquí, en la plaza. Se nos ocurren millares de motivos: los que juntos hemos venido escuchando, hablando, pensando… A muchas de estas cuestiones (recortes, privatizaciones, precarización, corrupción, etc.), si no a todas, las atraviesa un sentir común: estamos hartos. Hartos de lo que ya ni siquiera se nos disimula, de lo que se nos echa a la cara con apenas algo de maquillaje: se nos estafa la vida. Cómo no estar de acuerdo con todo ello… Sí, hoy el desenmascaramiento de esta realidad que nos aplasta nos resulta fácil, pero aun así conviene repetir el gesto. Y después del desenmascaramiento, la construcción. Conjuntamente, desde lo común, elaboramos elementos constructivos otros… para otra cosa que no es esta estafa que se quiere pasar por democrática.
Entonces llueven las preguntas: qué, para cuándo, dónde… Son las preguntas que provienen como dagas desde los discursos que imperan. Los mismos discursos que sostienen y justifican la estafa. Una estafa que impone sus tiempos y sus espacios: la agenda y el plano… el planning. ¿Qué proponéis entonces? Especificad, concretad, dad alternativas…. ¿A qué instancias corresponde qué? Poned plazos… Responder a estas preguntas es caer en la trampa.
De esto queremos hablar. No vamos a imponernos plazos: estamos ocupando las plazas. Silencio, estamos trabajando. No queremos vuestros tiempos ni vuestros ritmos. Y sobre todo, queremos –y ahora lo queremos mucho, como quién quiere a su tesoro más preciado– nuestros espacios. Nuestro emplazamiento interrumpe los tiempos y espacios que se nos imponen desde unas lógicas tan vastas como devastadoras: lógicas de mercado y de consumo, de circulación y seguridad, de marcas y emprendedurías marcadas, de lo privado, del crédito y la financiarización, de la movilización global… Las lógicas del capital. Las mismas que nos han expropiado –hace ya tiempo, progresiva y avasalladoramente– la calle, las plazas, los espacios imprevisibles de lo común. Esos lugares en los cuales –y a diferencia de esos escenarios que nos dispone esta democracia: parlamentos, escaparates de opinión, etc.– lo que importa no es el nombre, las siglas, la representación o la marca, sino el entre. Lo que hay entre nosotros; un nosotros que no viene marcado, sino que emerge, justamente, en ese espacio conquistado por la fuerza del anonimato.
La plaza, mejor que la calle lineal, simboliza la toma de un espacio y de un tiempo propios, no impuestos por la agenda o el plano. La plaza deviene, entonces, un centro de gravedad en una vasta e ilimitada llanura de indiferencia ingrávida. La plaza desafía la planificación del espacio urbano. La toma de la plaza, del espacio, es lo que habilita la toma de la palabra; es lo que habilita que un entre-nosotros se ponga a pensar desde el encuentro de las diferencias. Combate de pensamiento. Ahí está la dificultad: no es una fiesta, es un desafío y un compromiso.
Así, emplazarnos no es ponernos plazos; todo lo contrario: es ponernos, exponernos en la plaza sin plazo predeterminado alguno. Porque tomar la palabra no es un mero opinar, y porque tomar la calle no es un mero transitarla; porque tomar la palabra es poner el cuerpo y la experiencia en palabras creíbles, y porque tomar la plaza es habitar expuestos un entre; por todo ello, las complicidades de lo político se tejen entre palabras creíbles.
No somos apolíticos: simplemente, le negamos el carácter de lo político al teatro de la política partidaria y nos lo apropiamos desde las plazas que defendemos y desde las que lanzamos el desafío.
No nos dejemos engañar por la marca de lo cívico: no es más que la cosmética del creciente control del espacio público; no es más que la burda justificación de nuestra expulsión de las calles y plazas. La tristemente modélica ordenanza cívica de Barcelona se reduce a tres prescripciones fundamentales: preservar la circulación, preservar la seguridad, preservar el carácter de paisaje de la ciudad. Es el modelo que se extiende. Es el modelo a atacar: interrumpiendo una circulación que nos reduce a mercancías que consumen, a marcas que se venden; desafiando la lógica securitaria del miedo que nos encierra en casa, en lo privado; rompiendo el plano que nos hace turistas de nuestra propia ciudad.
Tomar las plazas es combatir el conformismo y la indiferencia; no nos garantiza nada, nos expone… pero no solos. Solos desplazados, ya no más. Juntos emplazados.
Cuando la indignación toma las plazas se revela, al fin, lo digno. Y lo digno nos coimplica, nos hace cómplices de un desafío y un compromiso que no se deja cerrar en un tiempo y en un escenario predeterminados, que no admite marcas ni siglas. Y que, sobre todo, es difícil. No tengamos prisa, pero no caigamos en la autocomplacencia, pues lo digno nos interpela en el pensar y en el decir, pero también en el hacer;  no convirtamos la plaza en un escenario.
A nuestros tiempos, a nuestros espacios.

(Quien mirando a su alrededor y al mundo no es capaz de indignarse, es que sus huesos sostienen un cadáver conformado que se mueve entre escaparates).

Habitar la plaza habitando el mundo

Por Esther Jordana


#la plaza piensa. Hemos liberado las ideas de sus ideologías para compartir pensamientos que estaban entre nosotros. Hemos habitado de nuevo las palabras con nuestros cuerpos y las ideas con nuestras voces. Hemos aprendido a articular lo diverso para nombrar lo común. Hemos descubierto un sentido común en lo común del sentido. La plaza piensa sus voces y las alza en manos. Escucha para decir lo que ha oído. Se despierta para construir lo que ha soñado.

#la plaza siente. Hemos derribado nuestras vidas privadas para gritar por nuestras vidas comunes. Hemos llorado al ver caer los muros de cada soledad para mirarnos a los ojos dando nombre a nuestro anonimato. Hemos convertido nuestra indignación en un estallido de dignidad. Nuestra rabia contenida, en alegría compartida. Nuestro malestar, en anhelo.

#la plaza vive. Hemos resistido en la noche para asaltar el día. Hemos liberado ese espacio que estaba entre nosotros haciendo nuestra la tierra de nadie. Nuestras vidas rotas se traban con otras vidas. Nuestras vidas cercadas se descubren implicadas. Habitamos la plaza habitando el mundo. Cuando la política se llena de vida, la vida se rebela siendo política.

#la plaza transforma. Hemos dejado de transitarnos para transformarnos. No nos enseñamos, nos aprendemos. No nos convencemos, nos comprendemos. Combatimos creando, desafiamos construyendo. La plaza ya no es un espacio de transición sino de transformación. Hemos invadido un tiempo que no se cambia por dinero. Hemos liberado al presente del futuro. Nos hemos liberado del futuro para habitar de nuevo el presente.